Pues [Dios] les ha preparado una ciudad. (Hebreos 11:16)
Sin contaminación, ni grafito, ni basura, ni paredes despintadas o garajes de podredumbre, ni césped muerto o botellas quebradas, ni lenguaje grosero de la calle, ni confrontaciones con actitud desafiante, ni violencia doméstica, ni peligros en la noche, ni incendios provocados o mentiras o robos o asesinatos, sin vandalismos y sin monstruosidades.
La ciudad de Dios será perfecta porque Dios estará en ella. Él caminará y hablará y se manifestará en cada parte de esta ciudad. Todo lo que es bueno y hermoso y santo y pacífico y verdadero y feliz existirá en ese lugar, porque Dios estará ahí.
La justicia perfecta estará presente, así como recompensa que retribuye mil veces cada dolor sufrido en obediencia a Cristo. Y nunca se deteriorará. Es más, brillará cada vez más a medida que la eternidad va estirándose hacia una era infinita de gozo creciente.
Cuando deseamos esta ciudad por sobre todas las cosas en la tierra estamos dando honor a Dios, quien, de acuerdo a Hebreos 11:10, es el arquitecto y constructor de la ciudad. Cuando honramos a Dios, él se agrada y no se avergüenza de ser llamado nuestro Dios.
Devocional tomado del sermón “La esperanza de los exiliados en la Tierra»